Aunque Thomas no pretende cambiar el mundo, ayuda al jefe de la policía local a resolver crímenes, sirviéndose de sus poderes: tiene la capacidad de poder ver y hablar con los fantasmas e incluso con los espíritus malignos que se regodean con el dolor ajeno y cuya presencia significa la inminencia de actos violentos. Thomas empieza a alarmarse cuando ve a cientos de esos espíritus revoloteando alrededor de un forastero. Cuando descubre que ese hombre ha construido un santuario para asesinos y que ha puesto en marcha un peligroso complot, intentará detenerlo por todos los medios a su alcance.